marzo 2, 2020

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Francisco advierte sobre la “amargura” y el “aislamiento” de los sacerdotes

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Roma (Italia) (AICA): “Deseo hablar con ustedes sobre un enemigo sutil que encuentra muchas formas de disfrazarse y esconderse y, como un parásito, lentamente roba la alegría de la vocación a la que fuimos llamados”, comienza el discurso del papa Francisco dirigido al clero romano al inicio de la Cuaresma y que debido a la indisposición del Santo Padre, fue leído en la basílica de San Juan de Letrán, este jueves 27 de febrero, por monseñor Angelo de Donatis, vicario general del Papa para la diócesis de Roma.

“Deseo hablar con ustedes sobre un enemigo sutil que encuentra muchas formas de disfrazarse y esconderse y, como un parásito, lentamente roba la alegría de la vocación a la que fuimos llamados”, comienza el discurso del papa Francisco dirigido al clero romano al inicio de la Cuaresma y que debido a la indisposición del Santo Padre, fue leído en la Basílica de San Juan de Letrán, este jueves 27 de febrero, por monseñor Angelo de Donatis, vicario general del Papa para la diócesis de Roma.

“Mirar nuestra amargura a la cara y hacerle frente nos permite ponernos en contacto con nuestra humanidad”, continuó el Papa, recordando que los sacerdotes no están llamados “a ser omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados”. Así, Francisco subraya que la primera causa de amargura entre el clero es, precisamente, los “problemas con la fe”, al igual que los discípulos de Emaús decían “creíamos que era Él” antes de saber que Jesús había resucitado. “Una esperanza decepcionada está en la raíz de esa amargura”.

“La esperanza cristiana -dijo Francisco- no decepciona y no falla”, porque “tener esperanza no es estar convencido de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que sucede tiene sentido a la luz de la Pascua”. Y, “¿cuál es la diferencia entre expectativa y esperanza?”. “La primera surge cuando luchamos por algo y lo encontramos, mientras que la esperanza es algo que nace en el corazón cuando decides no defenderte más”, explicó. “Cuando reconozco mis limitaciones, y que no todo comienza y termina conmigo, reconozco la importancia de confiar”.

Problemas con el obispo y los hermanos
El Papa manifestó, que la amargura, “no es un error”, sino que “debe ser aceptada”, ya que “puede ser una gran oportunidad al hacer sonar la campana de alarma interior. “Hay tristeza que puede llevarnos a Dios”, señaló, y dijo que los “problemas con el obispo” pueden ser también una causa de amargura.

“Encontrar la culpa de todo en los superiores ya no es válido”, dijo, reconociendo que hoy, “parece respirar una atmósfera general (no solo entre nosotros) de una mediocridad generalizada, que no nos permite avanzar fácilmente”. “Todos experimentamos nuestras limitaciones y defectos. Nos enfrentamos a situaciones en las que nos damos cuenta de que no estamos preparados adecuadamente. Pero al subir a los servicios y ministerios con mayor visibilidad, las deficiencias se hacen más evidentes y ruidosas”, explicó el Papa.

Como última causa, indicó los problemas entre los propios sacerdotes, quienes “en los últimos años hemos sufrido los golpes de escándalos, financieros y sexuales”. La sospecha ha hecho “que las relaciones sean más drásticamente frías y formales; uno ya no disfruta de los dones de los demás, por el contrario, parece que es una misión destruir, minimizar y hacer sospechar a las personas”.

Contar con los fieles
Por último, el Papa quiso abordar el tema de la soledad, pero desde una perspectiva positiva. “No es un problema, sino un aspecto del misterio de la comunión”, ya que “la soledad cristiana, la de los que entran en su habitación y rezan al Padre en secreto, es una bendición”. Por eso “El verdadero problema radica en no encontrar tiempo para estar solo”.

Sin embargo, aislarse de los demás y de la historia, pensando que uno mismo es perdurable, es “una de las causas de la incapacidad entre nosotros para establecer relaciones significativas de confianza y participación evangélica”. “Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme”. Por eso, “el diablo no quiere que hables, que digas, que compartas”.

Por último, el Papa recomendó contar con los fieles ante estas dificultades. “Nos conocen mejor que nadie”, aseguró, “son muy respetuosos y saben acompañar y cuidar a sus pastores”. “Conocen nuestra amargura y también rezan al Señor por nosotros”, añadió, animando a los presentes a rezar por la capacidad de “reconocer lo que nos está amargando y así permitirnos transformar y reconciliar a las personas que se reconcilian, pacificadas que pacifican, llenas de esperanza que infunden esperanza”.

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