29 fieles del Opus Dei de 13 países han recibido el diaconado en la basílica romana de san Eugenio. La ordenación sacerdotal será el próximo 23 de mayo. Publicamos la homilía de Mons. Philippe Jourdan.
"Servir, servir: esa es la clave, queridos hermanos míos. Para un sacerdote, o para un diácono, servir es como el respirar. Un sacerdote al cual no le gusta servir sería como un médico que tiene miedo a la sangre".
Son palabras de Mons. Philippe Jean-Charles Jourdan, administrador apostólico de Estonia, que ha ordenado a 29 diáconos del Opus Dei en la basílica de san Eugenio.
Lea, más abajo, la homilía íntegra de Mons. Jourdan.
Homilía de Mons. Philippe Jourdan en la basílica de san Eugenio (Roma), 9-XI-2019
Antes de nada, mi más profundo agradecimiento al Padre, a monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, por su invitación a venir a ordenar diáconos a 29 hijos suyos. Además de la alegría de familia que sienten, que sentimos, todos los miembros de la Obra en un día como hoy, podéis imaginaros lo que significa para mí, como obispo del norte europeo, ordenar en un día a más personas de las que ordenamos en varios años en todos los “pueblos fríos del norte de Europa”, como decía san Josemaría. Que Dios haga que allí también llegue el tiempo de la mies. Y, al mismo tiempo, damos gracias por estos nuevos trabajadores en la viña del Señor.
“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. El Evangelio de hoy nos muestra al Señor pidiendo con urgencia la ayuda de sus discípulos. Tuve este verano la alegría de pasar una temporada en Saxum (Tierra Santa), casa que tanto quisieron ver mons. Álvaro del Portillo y mons. Javier Echevarría. Pude ver qué seco y arduo es el camino de Jericó a Jerusalén, camino que el Señor recorrió tantas veces con sus discípulos. No era un camino fácil, y eso nos ayuda quizá a entender la realidad de esas palabras del Señor: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. No son un bonito principio teórico, ni una piadosa moraleja, sino una llamada exigente, una realidad vivida, en un camino difícil
Permitidme recordar ahora las palabras de Papa Francisco durante la santa Misa en la plaza de la Libertad en Tallin (Estonia): “Mirad cómo el águila ayuda a sus polluelos a aprender a volar: vuela con ellos y bajo ellos, para protegerlos de la caída. Así tenéis que vivir vosotros, acompañando a todos, especialmente a los no creyentes, que son mayoría en vuestro país”.
Servir, servir: esa es la clave, queridos hermanos míos. Para un sacerdote, o para un diácono, servir es como el respirar. Un sacerdote al cual no le gusta servir sería como un médico que tiene miedo a la sangre. El médico que tiene miedo a la sangre puede intentar dedicarse, por ejemplo, a estudiar la historia de la medicina, pero de él podemos decir que, en general, no parece que ser médico sea su camino idóneo.
Queridos hermanos: servir es como la sangre de nuestro sacerdocio. Uno puede tener miedo a la sangre, pero la sangre es la condición para ser útiles. Con qué alegría san Josemaría nos daba como lema: ‘Para servir, servir’. Eso se puede entender de múltiples formas. Para mí, significa simplemente que nunca eres tan útil como cuando estás sirviendo tal y como como te lo piden, sin buscar programas o metas personales.
En toda su vida, san Josemaría -con su palabra y con sus actos- inculcó a sus hijos que tenemos que servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida. ¡Qué importantes son esas palabras! Hoy en día no es que falte gente dispuesta a servir la Iglesia o servir a la humanidad. Quieren servir, pero tal y como ellos quieren, no tal y como la Iglesia quiere. Lo que tiene verdadero valor es servir como la Iglesia quiere ser servida y, dentro de la Iglesia, los sacerdotes de la Obra servimos como nuestro prelado quiere que sirvamos.
Permitidme ahora un recuerdo personal: cuando llegue a Estonia por primera vez, me había preparado para responder a todas las preguntas que me iban a hacer, las profundas y menos profundas. Pero no me había preparado a la única pregunta que me hicieron: “Quiere usted jugar un partido de fútbol”. La verdad es que no quería. Estaba cansado y nunca fui un incondicional del fútbol, pero me dije que no podía contestar que no a la primera y única pregunta que me habían hecho. Qué triste hubiera sido. Pensé: “¡Qué fanáticos del fútbol son estos estonios!”. Dije que sí, que jugaría. Luego me enteré de que los estonios no son para nada fanáticos del fútbol. Quizás yo era el primer francés que conocían y no sabían cómo conectar conmigo. Era el tiempo de Zidane, de Platini y pensaron: “Seguro que a un francés lo que más le gusta es un partido de fútbol, incluso si es tarde si llueve si hace frío…”. Así es que ninguno quería jugar al fútbol, pero todos fuimos a jugar para servir a los demás como pensábamos que querían ser servidos. Y el partido fue una gozada. Eso sí, rompí una pierna a una señora que estaba jugando en la portería, pero fue involuntario.
Para acabar, recordaré estas palabras de san Josemaría, tan apropiadas para nuestro tiempo y particularmente para el país de dónde vengo, y que tengo el honor de condividir como lema con el prelado del Opus Dei: “Ofrece la oración, la expiación y la acción por esta finalidad: ‘Ut sint unum!- Para que todos los cristianos tengamos una misma voluntad, un mismo corazón, un mismo Espíritu: para que ‘Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!’- que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María”.