septiembre 14, 2018

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Papa Francisco: «Trabajar tiene un elevado significado espiritual»

En una entrevista al periódico italiano "Il Sole 24 ore", el Papa Francisco ha hablado sobre el trabajo y la dignidad del hombre. Reproducimos un fragmento.

A su parecer ¿qué necesita un empresario para ser un “creador” de valor para su empresa y para los demás, a partir de la comunidad en la que vive y trabaja?

De la lectura de los evangelios se desprende también que Jesús demuestra gran simpatía (pensemos a la parábola de los cinco talentos) por los empresarios que asumen un riesgo.

Recuerdo el encuentro que tuve con la Asociación [de empresarios italianos, Cofindustria] en febrero de 2016. Recuerdo muchos rostros que transmitían pasión y proyectos, fatiga y genialidad. Decía que creo que es muy importante la atención por la persona concreta que significa dar a cada uno lo suyo, liberando a las madres y padres de familia de la angustia de no poder dar un futuro y ni siquiera un presente a sus hijos. Significa saber dirigir pero también saber escuchar, compartiendo proyectos e ideas con humildad y confianza. Significa hacer de todo para que el trabajo cree otro trabajo, la responsabilidad cree otra responsabilidad, la esperanza cree otra esperanza, sobre todo para las jóvenes generaciones, que hoy lo necesitan más que nunca. Creo que sea muy importante trabajar juntos para construir el bien común y un nuevo humanismo del trabajo, promover un trabajo que respete la dignidad de la persona, que no apuesta únicamente por el beneficio o las exigencias productivas, sino que promueve una vida digna, sabiendo que el bien de las personas y el bien de la empresa van de la mano. Contribuyamos a desarrollar la solidaridad y a realizar un nuevo orden económico que no genere otros descartes, enriqueciendo la acción económica con la atención hacia los pobres y la reducción de las desigualdades. Necesitamos valentía y creatividad genial.

El trabajo, que aun cuando falta representa una emergencia intolerable, personal y social, a menudo se percibe como una especie de condena diaria, una rutina insoportable. ¿Puede indicarnos, por ejemplo, dos razones por las que no lo es o, al menos, no lo debe ser, y cómo pueden organizarse las empresas para evitar que no lo sea, contribuyendo con esto también al éxito de dichas empresas y a la prosperidad de la sociedad?

La idea de que el trabajo sea solo cansancio es bastante común, pero todos experimentan que no tener trabajo es mucho peor que trabajar. ¡Cuántas veces he recogido las lágrimas de desesperación de padres y madres que perdieron el trabajo! Trabajar hace bien porque es parte de la dignidad de la persona, de su capacidad de asumir la responsabilidad ante uno mismo y ante los demás. Es mejor trabajar que vivir en el ocio. El trabajo da satisfacción, crea las condiciones para la programación personal. Ganarse el pan es un motivo de orgullo importante; sin dudas, representa también una fatiga pero nos ayuda a conservar un sano sentido de la realidad y educa a afrontar la vida. La persona que mantiene a sí misma y a su familia con su trabajo desarrolla su dignidad; el trabajo crea dignidad, los subsidios que no tengan el objetivo preciso de crear trabajo y ocupación, crean dependencia y reducen la responsabilidad. Además, trabajar tiene un elevado significado espiritual ya que es el modo con el que damos continuidad a la creación, respetándola y cuidándola.

¿Cuál es la aportación que Usted pide a las empresas?

Las empresas pueden contribuir notablemente a conservar la dignidad del trabajo, reconociendo que el hombre es el recurso más importante de cada empresa, obrando para construir el bien común, dedicando atención a los pobres. Sé que muchas empresas dedican amplio espacio a la formación. Estoy convencido que sería muy provechoso para la empresa completar la formación técnica con una formación a los valores: solidaridad, ética, justicia, dignidad, sostenibilidad, cuyos significados son contenidos que enriquecen el pensamiento y la capacidad operativa.

El mundo globalizado, en un cierto modo, redujo sus dimensiones, ahora hemos alcanzado los límites de lo que Usted llama nuestra casa común, es decir el planeta Tierra, tanto que se está pensando a la colonización de nuevos planetas. La ecología y un mundo sostenible son su gran preocupación y los grandes agentes económicos internacionales que se dedican a la producción de energía, partiendo de la compañía italiana Eni, anunciaron cambios radicales orientados a las actividades “verdes”. ¿Cree que se está haciendo bastante desde este punto de vista?

Todavía hay mucho por hacer para reducir aquellas conductas y acciones que no respetan el medio ambiente y la tierra. Estamos pagando el precio de una explotación de la tierra que dura desde hace muchos años. Lamentablemente, hasta el día de hoy, el hombre no actúa como custodio de la tierra sino como un tirano explotador. Pero hay señales de nueva atención hacia el ambiente; es una mentalidad compartida gradualmente por un número cada vez mayor de países. Es un recorrido que necesita un cuidado especial porque es necesario pasar de una descripción de los síntomas, al reconocimiento de la raíz humana de la crisis ecológica, de la atención por el ambiente a una ecología integral, de una idea de omnipotencia a la conciencia de la exigüidad de los recursos. El punto focal es que hablar del ambiente siempre significa hablar también del hombre: la degradación ambiental y la degradación humana van de la mano. Más bien, las consecuencias de la violación de la Creación a menudo se hacen pagar solo a los pobres. El desarrollo de la dimensión ecológica necesita la convergencia de varias acciones: políticas, culturales, sociales y productivas. En especial, la formación de una nueva conciencia ecológica necesita nuevos estilos de vida para construir un futuro armonioso, promover un desarrollo integral, reducir las desigualdades, descubrir los vínculos entre las criaturas, abandonar el consumismo.

¿Quiere decir que es necesario cambiar modelo de producción?

Como escribía en la encíclica Laudato si' estos problemas están íntimamente vinculados con la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que se transforman rápidamente en desechos. Pensemos, por ejemplo, a nuestro sistema industrial, que al final del ciclo de producción y consumo no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar los desechos y las escorias. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que requiere la máxima limitación del uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia de la explotación, reutilizar y reciclar. Afrontar esta cuestión sería un modo para contrastar la cultura del descarte que termina por dañar el planeta en su totalidad. Tenemos que admitir que todavía queda mucho por hacer en esta dirección.

Los migrantes que se desplazan de un continente al otro huyendo de las guerras o en busca de condiciones para vivir y sobrevivir son algunos de los “descartados” de la tierra. En un período histórico en el que las fronteras (incluso las comerciales) se cierran y prevalecen los nacionalismos en una Europa cansada y dividida, ¿Usted no se siente un poco como un Moisés contemporáneo que abre el paso, abre las puertas para todos los pueblos y las personas, empezando por los más pobres? Hay quien piensa que esta no es la misión del sucesor de Pedro. ¿Por qué cree que lo sea? ¿Qué necesita esta Europa para confluir en un camino común y avanzar juntos ofreciendo una respuesta a las preocupaciones de sus ciudadanos?

Hoy en día los migrantes representan un gran reto para todos. Los pobres que se desplazan infunden temor especialmente a los pueblos que viven en una condición de bienestar. Sin embargo, no existe futuro pacífico para la humanidad si no se pone en práctica la hospitalidad de la diversidad, la solidaridad, pensando a la humanidad como a una sola familia. Para un cristiano es natural reconocer a Jesús en cada persona. Cristo mismo nos pide acoger a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados con los brazos bien abiertos, quizás adhiriendo a la iniciativa que lancé en septiembre del año pasado. Share the Journey – Comparte el viaje. De hecho, el viaje se divide en dos: los que llegan a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia el corazón de quienes arriban para comprenderlos, entender su cultura, su lengua, sin desatender el contexto actual.

Esto sería un signo claro de un mundo y de una Iglesia que intenta ser abierta, inclusiva y acogedora, una Iglesia Madre que abraza a todos compartiendo un viaje en común. Como afirmé anteriormente, no olvidemos que la esperanza representa el impulso en el corazón de quien parte dejando su casa, su tierra, a veces familiares y parientes, para ir en busca de una vida mejor, más digna para sí mismo y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el estímulo para “compartir el viaje” de la vida, ¡no tenemos miedo de compartir el viaje! No tenemos miedo de compartir la esperanza. La esperanza no es virtud para gente con el estómago lleno y por ello los pobres son los primeros portadores de esperanza y son los protagonistas de la historia.

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