La mañana de este 31 de mayo, festividad de la Visitación de la Santísima Virgen María, el Papa León XIV presidió la ceremonia de ordenación de once diáconos para la diócesis de Roma. Deberían haber sido sacerdotes desde mayo, pero el sacramento se pospuso hasta hoy por la muerte de Francisco y el cónclave.
El Papa León celebró la “gran alegría” que supone dicha ordenación para la Iglesia, sus familiares y amigos, considerándoles “un testimonio de que Dios nunca se cansa de reunir a sus hijos y de formarlos en una unidad”.
Siervos de Dios en el mundo real y de personas reales
Durante la homilía, León dirigió un enérgico llamado a los ordenandos a “ser de Dios”, recordándoles que “ser siervos de Dios y del pueblo de Dios vincula a la tierra, no a un mundo ideal, sino al mundo real”.
Como Jesús, dijo el Papa, “aquellos que el Padre pone en vuestro camino son personas de carne y hueso. Consagraos a ellos, sin separaros, sin aislaros, sin hacer del don recibido una especie de privilegio”, les dijo, comparando su misión con la de una Iglesia que es “constitutivamente extrovertida, como lo son la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús”.

Del mismo modo, remarcó el llamado de San Pablo a los presbíteros de Éfeso a ser “guardianes” -y no amos- de la Iglesia de Dios, recordando que la misión es siempre de Jesús. “Él ha resucitado, por lo tanto está vivo y nos precede. Ninguno de nosotros está llamado a reemplazarlo”.
León volvió a citar el “conmovedor discurso” de despedida de Pablo a los fieles de Éfeso en el que declaraba no tener nada que reprocharse a sí mismo, no haber omitido ninguna de las enseñanzas de Dios ni haber deseado para sí “plata, oro o bienes de nadie”.
Reconstruir la credibilidad de una Iglesia herida
“Vosotros ya sabéis cómo me he comportado”, repitió León. Una expresión que invitó a los recién ordenados a mantener grabada en sus corazones como reflejo de “transparencia de vida” y llamado a tener “vidas conocidas, legibles, creíbles”, estando “dentro del pueblo de Dios para poder estar delante de ellos, con un testimonio creíble”.
Solo así “reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida. Aún no somos perfectos, pero necesitamos ser creíbles”, alentó el pontífice.
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