Quien es indiferente al arte, al mundo interior que los artistas expresan, quien no se deja impregnar por la belleza que manifiesta, muy probablemente tenga una experiencia empobrecida de la vida y de la verdad.
Por tanto, un sacerdote, un cristiano cualquiera que desee alimentar esa “pasión por la evangelización” a la que el Papa en numerosas ocasiones se refiere, de ningún modo puede desconocer la absoluta necesidad de vivir en contacto con ese mundo más alto.
El documento papal debe insertarse en una doble tradición. Por una parte, en el secular y multifacético interés de la Iglesia por el arte, expresado en los últimos decenios en diversos textos magisteriales, algunos de ellos citados expresamente por el pontífice. Por otra, en el movimiento educativo –por definirlo de alguna manera– que, reflexionando sobre la naturaleza de la auténtica cultura, sobre las cualidades que verdaderamente enriquecen a la persona y son imprescindibles para la sociedad justa, ponen el énfasis en el conocimiento de los llamados “grandes libros”.
Precisamente buena parte del documento papal, junto a la ponderación de los beneficios del simple acto de leer para la maduración, está vinculado al tema clásico del “elogio del libro”.
Acceso al corazón del hombre
Lo que le interesa es mostrar que el acercamiento a la literatura es un “acceso privilegiado al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano”.
La lectura ayuda a abrir en cada uno nuevos espacios de interiorización en la medida en que pone en contacto con otras experiencias que enriquecen el propio universo.
Leer significa “escuchar la voz de alguien”, tocar el corazón de los demás, liberarse de las propias ideas obsesivas y de la incapacidad de emocionarse. Quien lee puede ver por los ojos de otro, da igual cuándo y dónde haya vivido; puede sentir con el corazón de otras culturas y de otros tiempos.
Estos beneficios de la lectura a los que, entre otros, el Papa se refiere en su carta, son analizados en particular desde la perspectiva específica del pastor de almas, a quien nada de lo auténticamente humano debe resultar ajeno.
Pensando concretamente en el ministerio sacerdotal, Francisco aborda la cuestión de la naturaleza de la palabra, reflexiona sobre su sentido y valor, sobre lo sagrado que hay en ella. A este respecto aporta una interesantísima idea, en la que valdría la pena profundizar: “Todas las palabras humanas dejan el rastro de una intrínseca nostalgia de Dios”.
El Papa Francisco pide que quienes tienen el deber de hablar, quienes deben dirigirse a otros para anunciar la buena nueva, valoren y respeten la palabra, recuerden siempre su responsabilidad, pues es precisamente hablando como pueden llegar a las fibras del espíritu, ya que “la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb 4,12-13).
La luz del arte
Y para desenvolverse con soltura en este territorio de la transmisión, de la comunicación cordial, donde se conjuga la capacidad de entender la verdad del corazón y la sensibilidad para percibir la belleza y el poder de las formas, es una necesidad de primer orden saber percibir la luz que se desprende de las obras del arte. “En el hombre expresado en el arte están las semillas de lo sobrenatural”, y allí hay que ir a recogerlas para luego, como hizo san Pablo en Atenas, hacerlas fructificar con las enseñanzas evangélicas.
Hay “una misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la Palabra divina y la palabra humana”, insiste el Papa; y es muy sugerente confrontar esta afirmación con el siguiente texto del pensador ruso Pável Florenski (1882-1937): “Al igual que existen personas especialmente inspiradas y llenas de luz interior, a veces las palabras se llenan del Espíritu. Acontece entonces el sacramento de la transubstanciación de la palabra: ‘bajo el aspecto’ de palabras comunes nacen de las entrañas de la persona portadora del espíritu palabras con otra sustancia: palabras sobre las cuales verdaderamente ha descendido la gracia divina. Y de estas palabras sopla constantemente una brisa suave, silencio y tranquilidad para el alma enferma y cansada. Se derraman sobre el alma como un bálsamo, curando las heridas”. Es éste un texto inédito en español, que se encuentra en El llanto de la Madre de Dios. Introducción a la traducción rusa del ‘Canon de la crucifixión del Señor y el llanto de la Madre de Dios’, obra de Simón Metafraste.
La tarea de la evangelización, en conclusión, la han de llevar a cabo esos –en palabras de san Juan Pablo II– “heraldos”, expertos en humanidad, conocedores del corazón del hombre. La certeza del valor de la vía de la belleza, la Via Pulchritudinis, late en el fondo de esta carta del Papa Francisco. Y no solo los pastores de la Iglesia, sino cualquier cristiano, han de estimarla, conocerla y seguirla en lo que es: camino privilegiado para conocer a Dios, para hablar de Dios; para conocer al hombre y para hablar con los hombres.
El memorable discurso sobre la contemplación de la belleza que pronunció el cardenal Ratzinger en agosto de 2002 lo afirma con total claridad: “A menudo he afirmado que estoy convencido de que la verdadera apología de la fe cristiana, la demostración más convincente de su verdad contra cualquier negación, se encuentra, por un lado, en sus santos y, por otro, en la belleza que la fe genera. Para que actualmente la fe pueda crecer, tanto nosotros como los hombres que encontramos, debemos dirigirnos hacia los santos y hacia lo Bello”.
El impulso a los estudios de carácter humanístico (que sustancialmente dependen de la capacidad de leer) es una absoluta prioridad para cualquier entidad educativa inspirada en el evangelio.
El autor: Fidel VillegasProfesor de Literatura.