Nelson Stañulis, sacerdote de la diócesis de san Roque, Chaco, se encuentra en Roma realizando el doctorado en Teología Moral en la Universidad de la Santa Cruz. En esta entrevista, cuenta su historia.
1- ¿Desde cuándo supiste que querías ser sacerdote?
Aunque hoy en la distancia, con 11 años de ministerio sacerdotal, puedo ver y valorar desde la fe que el Señor de alguna manera me fue preparando para el llamado a la vida-ministerio sacerdotal desde la adolescencia, lo cierto es que la inquietud propiamente dicha sobre la vocación sacerdotal surgió muy clara y fuerte cuando cumplía los 20 años de edad. Nací, me crié y vivía hasta ese momento en una zona rural junto a mis padres, abuelos y dos hermanos, distante uno 30 kilómetro de la ciudad más cercana... Había heredado la fe sencilla de mi abuela, transmitida a mi mamá sobre todo, pero no éramos una familia que frecuentábamos “la Iglesia”. Primero por la sencilla razón de que no teníamos una capilla o iglesia cercana. Durante esos años se había comenzado la construcción de una capilla en honor a San José, distante unos 10 kilómetros de mi casa. No teníamos medio de movilidad fuera de la bicicleta. En esa comunidad naciente, perteneciente a una Parroquia de la ciudad, el sacerdote comenzó a celebrar la Misa mensualmente, pero tampoco frecuentábamos las Misas, fuera de alguna visita de la Virgen peregrina de Itatí, la fiesta patronal de San José…
Por gracia de Dios y debido a la maestra de la escuela rural, donde cursé mis estudios primarios, pude recibir durante esos años la primera Comunión y el sacramento de la confirmación, pero nada más. En la Capilla San José, por invitación de una tía que ayudaba con algunas cosas de allí, comencé a ir más frecuentemente a las Misas mensuales cuando el trabajo en el campo me lo permitía. Luego de unos meses, el sacerdote me propuso si quería y podía dar una mano con la catequesis de niños que se preparaban para la primera Comunión; me sorprendió un poco, pero dado que no había catequistas, etc., acepté y comencé con los encuentros de catequesis los sábados por la tarde. Fue una de las cosas que me doy cuenta hoy, me fue moviendo bastante interiormente: preparar los encuentros, leer la Biblia, etc., me producía un gozo y un entusiasmo que me llenaba el corazón. Luego, con ese trasfondo de alegría en el alma, las participaciones en las misas mensuales fueron produciendo otro movimiento más intenso en mi vida, concretamente recuerdo que me llenaban mucho escuchar la Palabra de Dios y las homilías, tal vez porque para mí eran cosas nuevas que me habrían un horizonte de vida que hasta ese momento desconocía absolutamente.
Resultó luego que el sacerdote que iba a celebrar las Misas en la Capilla era el Rector del Pre- Seminario que por ese entonces funcionaba frente a la Parroquia de la que él era también el párroco. Así que una vez, un 19 de marzo del año 1998, antes de la Misa en honor a San José, luego de confesarme, le comenté casi de paso al sacerdote lo que interiormente estaba viviendo esos últimos meses. En mi ordenación sacerdotal, aquel sacerdote recordó lo que yo le dije esa tarde del 19 de marzo, y con la cual comenzó mi etapa de discernimiento concretamente: le dije “padre, yo siento que Dios me pide algo, y que yo puedo darle eso que Él me pide…, pero no sé qué es”. Estas palabras llamaron la atención a su corazón de pastor y me invitó a iniciar un proceso de discernimiento, para lo cual debería trasladarme a la ciudad y entrar en el Pre-Seminario. Como yo no había podido seguir los estudios secundarios, me propuso ingresar al pre-seminario, completar los estudios que me faltaban, y hacer durante ese período el discernimiento de aquello que Dios quería y me pedía. Así que, en ese camino Dios me fue confirmando cada vez más lo que Él esperaba de mí, aquello que yo sentía que Él me había dado y que yo podía responder: ser sacerdote para gloria suya y bien de la Iglesia.
2- ¿Cómo fue la respuesta de tus familiares y amigos?
Cuando decidí dar el paso e ingresar al pre-Seminario, que implicaba dejar mi casa en el campo e ir a la ciudad, a los 20 años de edad, –y sabiendo que el sostenimiento en parte de la familia dependía también de mi colaboración en el trabajo del campo, etc.– la reacción de mis padres concretamente fue de desconcierto, sobre todo por parte de mi padre. Me dijeron que no se oponían, pero que lo pensara bien y que no entendían por qué había decidido eso así tan repentinamente. No comprendían del todo lo que implicaba y/o significaba mi decisión (tampoco yo en ese momento era del todo consciente del paso que estaba dando, aunque sí tenía la certeza que eso era lo que tenía que hacer porque Dios me lo pedía). Sin embargo, me manifestaron que me apoyarían en lo que necesitara. Durante los años de discernimiento y formación sacerdotal, he sido testigo del camino que mi familia, concretamente mis padres y hermanos, fueron haciendo junto a mí. En realidad fue más duro para ellos, porque –como me contaron luego– no fueron pocos los que le manifestaban su preocupación por mi decisión, y hasta si me había vuelto un poco loco al hacer esto. A lo largo de los años de formación también ellos fueron descubriendo y valorando lo que significaba esta vocación; así como también fueron superando ciertas ideas que tenían al respecto, por ejemplo, pensaban que tal vez nunca más podrían volver a verme, que no regresaría a casa, etc. Pero el acompañamiento, el respeto y el cariño de padres y hermanos siempre estuvieron presentes durante mi formación y ahora como sacerdote también.
La reacción del resto de la familia grande y de mis amigos, fue en términos generales, más o menos la misma: la mayoría de ellos no eran cercano a la vida de la Iglesia, aunque sí vivían también su fe sencillamente. Pero les sorprendió que alguien que vivía, trabajaba y compartía con ellos, iniciara un camino así. Recuerdo aún hoy, con cierto tono anecdótico, los primeros reencuentros con mis familiares y amigos después de unos meses de estar en el Pre-Seminario: no sabían cómo tratarme, hablarme, si tomaba mate todavía, etc. Era como un “bicho” raro para ellos; luego fueron descubriendo que seguía siendo un joven “normal”, con el que podían tratar y hablar como siempre…
3- ¿Qué es lo que más te ilusiona de ser sacerdote? ¿Con qué sonás?
Como presbítero, ante todo debo decir lo fundamental, aquello para lo cual fui llamado por Dios al sacerdocio ministerial: lo más valioso en mi servicio a la Iglesia es ofrecer a los cristianos los dones más grandes que nos ha entregado Dios en y por medio de su Hijo Jesucristo: la Misericordia divina en la Confesión y la Vida misma de Cristo en la Eucaristía. La identidad y la misión de todo sacerdote de la Iglesia Católica hacen referencia fundamentalmente y depende de estas dos realidades-misterios de la salvación.
Teniendo como fuente fundamental esto, reconozco que los demás servicios en mi vida sacerdotal se alimentan de ella y tienden a esa plenitud. Junto a esto, descubro que llena mucho mi vida sacerdotal la misión de enseñar la Palabra de Dios, sea en la predicación durante la Santa Misa, o en una meditación durante un retiro, etc. La meditación, el estudio y la proclamación de la Palabra que Dios transmite a su pueblo santo, siento que me entusiasma de modo particular. Por el servicio concreto que ahora el Señor me confía, estoy muy en contacto con jóvenes, sobre todo a través de la pastoral vocacional, y descubro allí también un “hambre” y “sed” de Dios que me interpela mucho, que me impulsa a estar cerca de ellos para acompañarlos, guiarlos, alentarlos…
4- ¿Cómo decidiste ir a estudiar a la Universidad de la Santa Cruz? ¿Qué significó la posibilidad de estudiar en esa Universidad? ¿Qué carrera fue la que hiciste en la Universidad de la Santa Cruz en Roma?
La decisión y la posibilidad de ir a estudiar a la Universidad de la Santa Cruz en Roma, surgió en un diálogo progresivo con el Obispo. Viendo, por un lado, la necesidad de hacer una especialización para el servicio de la Diócesis, y contemplando luego las posibilidades, no sólo económicas, sino también de la realidad del clero: nuestra Diócesis de San Roque es una de las 3 Diócesis más pobres del país, y pobre también en cuanto a la cantidad de sacerdotes; por lo que enviar a estudiar un sacerdote era no solamente un esfuerzo-desafío económico, sino también un esfuerzo real por parte de los demás hermanos sacerdotes para cubrir los servicio más variados en las parroquias, etc. Pero es una “inversión” necesaria para el bien de la Iglesia, y por eso se fueron dando los pasos para que sea posible realizar este tiempo de formación.
Tener la oportunidad de estudiar en la Universidad de la Santa Cruz en Roma, significó para mi vida sacerdotal un inmenso don, que me obliga a una mayor entrega a la Iglesia y una gratitud hacia las personas e instituciones, como FONSAC, que hacen posible una experiencia de esta índole. Experiencia que es formación no sólo académica, sino también espiritual-cultural-universal, etc.: “vivir Roma” –que es más que “vivir en Roma”, como suelen decir allí– es enriquecerse con la experiencia de la Iglesia universal, junto al Sucesor de San Pedro; es “ensanchar” el horizonte de la fe y sentir que uno abraza a todos los hermanos cristianos, como los “brazos” extendidos de la plaza San Pedro que acoge a todos los peregrinos en nombre de Dios, en su casa.
Tuve la oportunidad de realizar una Licenciatura en Teología, con especialización en Moral Fundamental; actualmente estoy trabajando en la investigación para la Tesis doctoral: gracias a la beca otorgada por FONSAC, una vez concluida la Licenciatura en Roma, pude quedarme casi un año lectivo más para realizar el proyecto, presentarlo y recoger en la biblioteca el material que necesito para trabajar sobre el tema. Regresé a la Diócesis a mediados del año pasado, y continúo aquí con el trabajo de la Tesis, dado que ya completé los créditos que la Universidad pide para la Tesis, así como la presentación del proyecto.
5- ¿Qué aprendizajes y experiencia de haber estado estudiando en la Universidad de la Santa Cruz en Roma?
Una de las experiencias que puedo señalar, además de las tantas que se podrían contar, respecto a la Universidad de la Santa Cruz, es el hecho de constatar la calidez y la profesionalidad de cada uno de los que trabajan en esa institución: desde el bibliotecario al secretario académico; desde los profesores al Rector o ecónomo. Se puede constatar que son conscientes del hecho de estar prestando un gran servicio en bien de la Iglesia; un servicio en favor de la verdad y la santidad. Para los que vamos desde otras partes del mundo, encontrar en la universidad, en la residencia sacerdotal, etc. una familia que en nombre de la Iglesia y como Iglesia nos acoge, es una experiencia que anima, ilusiona y empuja mucho hacia una mayor entrega; para aprovechar al máximo lo que esa experiencia y este tiempo formativo pueden brindar a un estudiante en Roma.
6- ¿Qué impacto tiene en la Diócesis y en tu parroquia el haber podido completar tu formación como sacerdote la licenciatura en Teología Mora y ahora el doctorado?
Actualmente estoy acompañando la formación de los futuros sacerdotes en nuestro seminario diocesano “Santo Cura Brochero”. Es un inmenso aporte en este sentido para nuestra Diócesis: contar con sacerdotes-profesores preparados adecuadamente para acompañar la delicada tarea de la formación sacerdotal. Sigo mi trabajo de investigación para la Tesis con mucho entusiasmo, tratando de compaginarlo con el servicio en el seminario, etc. Así que sigo siendo un alumno de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, y espero poder en un par de años concluir una etapa más de mi formación sacerdotal para servir más y mejor a la Iglesia.