Gustavo procedía de una familia no especialmente religiosa, pero el contacto con la Iglesia y su curiosa llegada a un grupo de acólitos durante la adolescencia abrieron en este joven peruano una brecha por la que entró Dios y que le llevó al seminario al cumplir los 17 años. Con tan sólo 32 años es ahora párroco en Lima y profesor en la universidad, donde lleva el mensaje de Cristo a los jóvenes.
El párroco don Gustavo Zamudio pertenece a la nueva hornada de jóvenes sacerdotes peruanos que están tomando importantes responsabilidades en sus diócesis. Con apenas 32 años, ya ejerce como párroco de la parroquia de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Lima, desde donde trabaja de manera incansable para llevar el Evangelio a todos los rincones de una sociedad en la que se percibe también una rápida secularización.
Su historia –tal y como él mismo relata a la Fundación CARF– era muy similar a la de otros muchos niños del distrito de la Victoria, un barrio populoso de Lima. Pero un día Dios le tocó profundamente el corazón y con apenas 17 años ingresó en el seminario Santo Toribio de Lima. «Me dedicaba a estudiar, pero, sobre todo, pasaba mucho tiempo jugando al fútbol con mis amigos», cuenta sobre su infancia.
Su familia era católica y con gran devoción al Señor de los Milagros, al que desde niño quería llevar a hombros, pero no acudía regularmente a la iglesia. Pese a todo –agrega– «nunca me cuestioné la existencia de Dios, aunque posteriormente tuve que ir aprendiendo mejor todo lo que implicaba creer en Jesucristo«.
El grupo de jóvenes acólitos
Fue precisamente en su adolescencia, con tan sólo 13 años, cuando comenzó su proceso vocacional. «Una religiosa de las Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, que era mi profesora de Religión en el colegio, me invitó a unirme a un grupo de muchachos que se reunían en la parroquia los sábados por la mañana. Lo que más recuerdo es que me dijo que había desayuno y fútbol. No necesitaba saber más…», recuerda risueño.
Asistió a aquella reunión por primera vez y descubrió que se trataba de un grupo de acólitos. Y aunque esto era nuevo para él decidió unirse al grupo. Don Gustavo Zamudio asegura que fue una ocasión propicia para «conocer por primera personalmente a un sacerdote diocesano, el padre Henry, cuyo testimonio de vida sacerdotal fue muy importante en mi proceso de discernimiento».
Otro factor que destaca sobre este proceso fue el de la oración de la comunidad parroquial por las vocaciones al sacerdocio. «Sentía que mi llamada era, de algún modo, una respuesta de Dios a sus plegarias». Este contexto en el que empezó a vivir su fe fue una ayuda fundamental para Gustavo Zamudio, pues señala que lo primero que aprendió fue «a tomarme en serio la vida cristiana cuidando mi vida de piedad».